viernes, 23 de mayo de 2014

Mitch



Llovía mientras Mitch avanzaba cautelosamente por la callejuela que había detrás del mugroso edificio de siete plantas del barrio de Astoria en el que estaba su departamento. llevaba una bolsa de papel con seis cervezas Coors y un cartón Winston para su viejo debajo del brazo, y estaba empapado. Su intención no era acercarse a su casa todavía, pero pensó que, si pretendía esfumarse, sería mejor arriesgarse y agarrar algo de ropa.
Permaneció un par de minutos inmóvil en la calle antes de estirar el brazo para bajar el tramo abatible de la escalera de incendios. Siempre la engrasaba por si a caso, y ahora descendió sin rechinar en absoluto. Se apresuró a subir, mientras nervioso, miraba hacia el suelo. Dejo la bolsa de papel junto a la escalera, y ya frente a la ventana de su habitación palpó con los dedos la abertura que había entre la escalera y la pared, y tomó la barra de acero que guardaba allí. Forzó rápidamente el tirador de la ventana y entró en su casa.
No encendió ninguna luz y recorrió a tientas la habitación que tan bien conocía. Apartó una vieja bolsa de viaje del estante del armario, rebuscó detrás de esta y extrajo cuatro cajas de balas que introdujo en la bolsa. Fue al cuarto de baño y sacó una bolsa de Nailon de la cisterna de váter. En su interior había un gran paquete envuelto con tela encerada que abrió, y que contenía una kimber 45 y la pequeña Bersa de 9 mm. Las examinó, cargo la bersa, que se metió por dentro del cinturón, y guardo la kimber con la balas. Cogió algo de ropa y las botas que usaba para trabajar, sus favoritas. Con eso tendría suficiente.
Salió por la ventana de la habitación, la cerró, se colgó la bolsa de viaje al hombro y alargó el brazo en busca de la bolsa de papel.
Había desaparecido.
Durante unos instantes, Mitch quedó helado; después sacó la pistola. Escudriñó la callejuela. No detecto ningun movimiento. Con el tiempo que hacía, ni siquiera los gatos salían en busca de sus presas, y desde esa altura las ratas eran invisibles.
¿Quien se habría llevado la bolsa? Seguramente, algunos gamberros. Si había alguien siguiéndolo, dudaba mucho que se dedicase a ir por ahí como un gilipollas con unas latas de cerveza y un cartón de cigarrillos, pero no estaba de humor para hacer hipótesis. Decidió subir noventa metros de distancia de su casa. Lo había hecho con anterioridad pero no con las azoteas mojadas.
Empezó a subir por la escalera intentando no hacer ruido, hasta que llegó a la azotea. al pasar junto a la torre de ventilación tropezó con unos tubos de acero para andamios que alguno de mantenimiento había olvidado allí. Salió volando y aterrizó boca abajo en un charco de agua de lluvia. Se puso de pie con dificultad y caminó hasta el parapeto de la azotea, que le llegaba a la altura del muslo. Levantó una pierna para saltar el parapeto, y en ese momento alguien le dio una patada en la rodilla de la pierna que tenia apoyada en el suelo, que enseguida se dobló.
Buscó su pistola, pero el hombre le agarró del brazo y se lo torció. La pistola voló por los aires y Mitch oyó como se estrellaba contra el suelo. Intentó soltarse con todas sus fuerzas, se deshizo del hombre y saboreó brevemente su victoria, pero perdió el equilibrio y fue a para al lado exterior del parapeto.
Tratando desesperadamente de sujetarse a algo, logró agarrarse a la cornisa con ambas manos. Entonces su agresor le cogió por los brazos, justo por encima de la muñecas, sujetándolo e impidiendo que se resbalase hacia lo que sería una muerte segura. Mitch alzó la vista, vio la cara del hombre y no lo reconoció
Fuese lo que fuese lo que ese tipo quería, se lo daría encantado.
-¡Súbeme!- jadeó- ¡Súbeme!
El hombre obedeció con lentitud hasta que Mitch quedó tendido boca abajo con medio cuerpo colgando de la cornisa. Notó que el desconocido le soltaba uno de los brazos, y entonces vio algo que reflejaba la luz. Al principio Mitch pensó en una navaja, pero luego se dio cuenta de lo que era: una jeringa hipodérmica.
No entendía nada y se retorció para liberarse, pero antes de que pudiera moverse, sintió un repentino y agudo dolor en los tensos músculos del hombro y la nuca.
El hombre acababa de clavarle la jeringa en el cuello.

Fragmento: "La orden del temple" Raymond Khoury

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