El sonido del silbato

Se acercó por el Norte, no tenía rumbo.

El azúcar en sus venas estaba alto. No supo cómo apareció en la 5ª Avenida; desde que salió de casa todo era húmedo. El calor era húmedo. Escocían sus huesos. El relato de su llegada fue tergiversado por muchas personas. El color de sus vestimentas no pasaba desapercibido. Ella se encontraba fuerte pero lastimada por el calor húmedo que le escocían sus huesos.

Nunca nadie supo si sufría o solo se lamentaba la perdida de sentido. La quinta avenida paso a ser la avenida Rivadavia y aunque los semáforos fueran azules. A ella nadie la paraba. Tenía Frio. El silencio del silbato del inspector accionó en ella, una voraz y natural violencia que ningún médico podría justificar, se entrecruzó en sus pensamientos.

-¡¿Qué símbolo representara un silbato sin ser oído?!- Gritó Estela. El inspector dio media vuelta, sus ojos eran grises, su barba de momentos era larga y luego corta. Sus dientes amarillos producto del tabaco.

- ¿En qué puedo ayudarla?- contestó en tono servicial el inspector de tránsito.

- En este mundo nadie podría ayudarme ya que las manzanas son amarillas y el viento se lleva las letras.

- ¿Cómo ha dicho?

- Las letras amarillas son manzana en el viento, menos en otoño donde los lagartos de medio oriente salen de las cuevas oscuras en busca de sangre dulce y yo soy diabética.

En ese momento Claudio -el inspector- entendió todo. Señora siéntese en el cordón de la vereda, ya la llevarán a casa.

-A veces si o a veces no- contesto ella. ¿Me puedo sentar? Claudio la miro e hizo un gesto de afirmación. Utilizó su radio para comunicar que la había encontrado viva. Era su madre. Siete años deambulando con un aspecto irreconocible. Al terminar la conversación con la terminal de radio. Hizo sonar su silbato. Estela reaccionó sobresaltada terminando en un eterno abrazo con Claudio.

E.N.E